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“El uso de la Inteligencia Artificial (IA) está creciendo astronómicamente en todo el mundo, lo que requiere una enorme cantidad de energía para fabricar semiconductores y provoca una explosión gigantesca en la construcción de centros de datos. Tan grande y rápida es esta expansión que Sam Altman, director de OpenAI, ha advertido de que la IA está llevando a la humanidad hacia una “crisis energética catastrófica”.
(Salazar, M. A.)”
“The use of Artificial Intelligence (AI) is growing astronomically worldwide, requiring an enormous amount of energy to manufacture semiconductors and causing a gigantic explosion in data center construction. So large and rapid is this expansion that Sam Altman, director of OpenAI, has warned that AI is driving humanity toward a “catastrophic energy crisis.”
(Salazar, M. A.)”
La inteligencia artificial irrumpió en nuestras vidas de manera definitiva y aparentemente irreversible desde el otoño del 2022. Acuñada como el gran avance tecnológico de cara al futuro, ha sido colocada en las narrativas de sus creadores como la gran solucionadora de los problemas complejos que enfrentamos hoy en día en casi todos los ámbitos de la vida en el planeta. Sin embargo, junto con ella sobrevienen una ola de retos y cuestionamientos que no podemos ignorar.
Hay un delicado equilibrio entre el progreso tecnológico y la sostenibilidad socioambiental. La inteligencia artificial (IA) y las tecnologías emergentes han cambiado la forma en que vivimos, trabajamos y nos conectamos. Estas herramientas prometen resolver grandes desafíos de la humanidad, pero carecen de conciencia, emociones y autoconciencia. A pesar de su alta eficiencia tecnológica y su capacidad para analizar grandes volúmenes de datos, el precio de su uso desmedido también es elevado.
El progreso tecnológico no es tan inocente como parece. Cada clic, cada algoritmo y cada modelo de IA consumen recursos naturales en una escala descomunal. Los centros de datos y la fabricación de chips, esenciales para alimentar estas tecnologías, están drenando agua, energía y minerales, dejando tras de sí un impacto socioambiental imborrable.
Los números son impactantes: un solo modelo avanzado de IA puede consumir tanta energía como una pequeña ciudad durante semanas, el consumo energético para entrenar y usar estas tecnologías ha subido de el equivalente a 1,000,000,000 kWh, se estima que de 2023 a 2030 se espera que la IA crezca 37% según el Grand View Research, pero se cree que es una subestimación importante. Los minerales necesarios para fabricar chips se ha disparado de 11 a más de 60, intervienen cientos de sustancias químicas, entre ellas las altamente tóxicas PFAS, una familia de alrededor de 12 000 sustancias químicas que no se descomponen en el medioambiente hasta después de decenas de miles de años, lo que les ha valido el sobrenombre de sustancias químicas eternas. En los últimos años la fabricación de semiconductores o chips se ha llevado al extranjero, normalmente en países con poca regulación ambiental.
“Producir un chip de IA requiere entre diez y quince veces más energía que fabricar un chip estándar. Esto se debe a que el aprendizaje automático de la IA precisa de un tipo diferente de procesador informático, denominado unidad de procesamiento gráfico (GPU, por sus siglas en inglés), que utiliza modelos para realizar tareas cada vez más complejas. Las GPU devoran enormes cantidades de energía. Mientras que en 2020 se necesitaban unos 27 kilovatios-hora de energía para entrenar un modelo de IA, en 2022 esta cifra se elevó a un millón de kWh, un impresionante aumento de 37 000 veces. Toda esta potencia de cálculo requiere enormes cantidades de electricidad y agua para refrigeración.” A todo esto, hay que agregar la enorme concentración de poder y su impacto sobre las poblaciones más vulnerables ante tal demanda de recursos.
Gerry McGovern, Sue Branford. 17 Abr 2024 América del Sur. https://es.mongabay.com/2024/04/inteligencia-artificial-impactos-ambientales-america-latina/
Desde hace poco más de 4 años que se integraron y empezaron a entrenar los modelos más populares de IA, empresas como Microsoft, Google, OpenAI y líderes del mercado tecnológico, en sus reportes de impacto ambiental de 2020 a 2023 ha incrementado de 20% a 48% un incremento considerable que puede significar un deterioro ambiental global considerable y nos deja con un marco de tiempo inferior para generar un cambio o evitar el día 0, según los acuerdos de París.
Estas actividades no solo afectan a los ecosistemas, sino también a las comunidades que dependen de ellos, el impacto real de estas inversiones es a menudo pagado por los más vulnerables: tierras despojadas, aguas contaminadas y una mayor desigualdad económica y social. Estas historias, aunque invisibles para muchos, son el corazón del problema. En un mundo donde la tecnología promete ser la solución definitiva a nuestros problemas, nos enfrentamos con la alarmante realidad: cada avance trae un costo socioambiental descomunal. El deseo extremo de gobiernos de países en desarrollo de atraer inversión extranjera, tiene a priorizar las exigencias de las grandes tecnológicas sobre las necesidades de la población global. Los gobiernos en un esfuerzo por industrializar a regiones marginalizadas, están a su vez impactando su propio territorio por el beneficio de intereses de las grandes empresas tecnológicas, que suelen instalarse en países donde los trabajadores ya están mal pagados y la normativa es laxa para aprovechar de la falta de gestión apropiada de los desechos e impactos socioambientales.
En la sombra de este avance, hay comunidades pagando el precio más alto, despojo, recursos naturales agotados, sequía, desempleo, enfermedades mortales y vidas transformadas por decisiones que no se tomaron con ellos ni sus intereses en mente, atravesadas por la corrupción, que busca maximizar un rendimiento artificial sin pensar en el retroceso global que pueda significar.
El trabajo no solo es para las máquinas, detrás de las imágenes, los textos, videos y toda la información, esta debe ser clasificada, categorizada, limpiada y desintoxicada por personas, de acuerdo a estándares culturales del norte global, este es un trabajo emocionalmente estresante y es realizado por personas en países con hiperinflación y crisis económicas, que no suelen tener regulaciones para evitar la explotación y abuso laboral donde las empresas pagan salarios a centavos por el dólar, aprovechándose de los trabajadores aislados sin regulaciones o sindicatos que velen por los derechos laborales. Se ha demostrado que este tipo de trabajo es desmoralizador y está minando la salud mental de los trabajadores del mundo, vigilandolos con la misma tecnología midiendo con frialdad la productividad, sin valorar sus necesidades humanas, abusando de ellos e incluso con reportes de trabajo infantil en las plantas.
Este concurso invita a reflexionar sobre esta paradoja y a reimaginar un futuro donde la tecnología y la naturaleza no estén en conflicto
Artificial intelligence has burst into our lives in a definitive and seemingly irreversible way since the fall of 2022. Coined as the great technological breakthrough for the future, it has been positioned in the narratives of its creators as the great solver of the complex problems we face today in almost all areas of life on the planet. However, along with it comes a wave of challenges and questions that we cannot ignore.
There is a delicate balance between technological progress and socio-environmental sustainability. Artificial intelligence (AI) and emerging technologies have changed the way we live, work and connect. These tools promise to solve humanity's grand challenges, but they lack consciousness, emotions and self-awareness. Despite their high technological efficiency and ability to analyze large volumes of data, the price of their unbridled use is also high.
Technological progress is not as innocent as it seems. Every click, every algorithm and every AI model consumes natural resources on a colossal scale. Data centers and chip manufacturing, essential to power these technologies, are draining water, energy and minerals, leaving behind an indelible socio-environmental impact.
The numbers are shocking: a single advanced AI model can consume as much energy as a small city for weeks, the energy consumption to train and use these technologies has risen from the equivalent of 1,000,000,000,000 kWh, it is estimated that from 2023 to 2030 AI is expected to grow 37% according to Grand View Research, but this is believed to be a significant underestimate. The minerals needed to make chips has skyrocketed from 11 to more than 60, hundreds of chemicals are involved, including the highly toxic PFASs, a family of about 12,000 chemicals that do not break down in the environment for tens of thousands of years, earning them the nickname eternal chemicals. In recent years, semiconductor or chip manufacturing has been taken overseas, usually in countries with little environmental regulation.
“Producing an AI chip requires ten to fifteen times more energy than manufacturing a standard chip. This is because AI machine learning requires a different type of computer processor, called a graphics processing unit (GPU), which uses models to perform increasingly complex tasks. GPUs consume enormous amounts of power. Whereas in 2020 it took about 27 kilowatt-hours of energy to train an AI model, by 2022 this figure had risen to one million kWh, a staggering 37,000-fold increase. All this computing power requires huge amounts of electricity and water for cooling.” To all this, add the enormous concentration of power and its impact on the populations most vulnerable to such a demand for resources.
Gerry McGovern, Sue Branford. 17 Apr 2024 South America. https://es.mongabay.com/2024/04/inteligencia-artificial-impactos-ambientales-america-latina/
Since just over 4 years ago that the most popular AI models were integrated and began to train, companies like Microsoft, Google, OpenAI and technology market leaders, in their environmental impact reports from 2020 to 2023 has increased from 20% to 48% a considerable increase that can mean a considerable global environmental deterioration and leaves us with a lower time frame to generate a change or avoid day 0, according to the Paris agreements.
These activities not only affect ecosystems, but also the communities that depend on them, the real impact of these investments is often paid for by the most vulnerable: dispossessed lands, polluted waters and increased economic and social inequality. These stories, though invisible to many, are at the heart of the problem. In a world where technology promises to be the ultimate solution to our problems, we are faced with the alarming reality: every advance comes at a huge socio-environmental cost.
The extreme desire of developing country governments to attract foreign investment has led them to prioritize the demands of big technology over the needs of the global population. Governments, in an effort to industrialize marginalized regions, are in turn impacting their own territory for the benefit of the interests of large technology companies, which tend to settle in countries where workers are already poorly paid and regulations are lax in order to take advantage of the lack of proper waste management and socio-environmental impacts.
In the shadow of this advance, there are communities paying the highest price, dispossession, depleted natural resources, drought, unemployment, deadly diseases and lives transformed by decisions that were not made with them and their interests in mind, crossed by corruption, which seeks to maximize an artificial return without thinking about the global setback that it may mean.
The work is not only for machines, behind the images, texts, videos and all the information, this must be classified, categorized, cleaned and detoxified by people, according to cultural standards of the global north, this is an emotionally stressful work and is performed by people in countries with hyperinflation and economic crises, which usually do not have regulations to avoid exploitation and labor abuse where companies pay wages to pennies on the dollar, taking advantage of isolated workers without regulations or unions to ensure labor rights. It has been shown that this type of work is demoralizing and is undermining the mental health of the world's workers, monitoring them with the same technology coldly measuring productivity, without valuing their human needs, abusing them and even with reports of child labor in plants.
This contest invites us to reflect on this paradox and to reimagine a future where technology and nature are not in conflict.
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